(Esta es la primera parte que el señor Blogger me dejó postear)
Clase de Química en la secundaria para señoritas "Vírgenes de la Inmaculada Concepción". Era nuestro segundo año de secundaria (Amelia iba todavía en la primaria). El primer martes de ese mes de septiembre, llegamos cansadas del segundo día en el infierno de las monjas. Para esa hora, yo ya sabía que Satanás me iba a castigar porque el primer día me peiné con un moño rojo las trenzas y que Charlotte sería expulsada o suspendida a más tardar el jueves. Como Penelopita nunca dió problemas en la secundaria, ella me tenía sin cuidado. A lo mucho, se robaba los gises para comerse el yeso en la clase de educación física.
Bueno, me he desviado del tema. Ahí estabamos Las terribles Fortuna (ese era, de hecho, nuestro apodo) sentadas hasta la última fila de pupitres de madera, donde el olor a viejo y sueter alcanforado se hacía más penetrante pero donde se podían pasar los mensajitos de papel más agustamente. Estábamos ahí, esperando que dieran las 10 y que la maestra de Química llegara al salón para divertirnos mientras Charlotte le sacaba un nuevo apodo que durara todo el año escolar.
10:15, 10:20 y no llegaba la que antes apodábamos "La Pelona". 10:30 y ya estábamos organizando la rayuela con las mochilas de "La Bigotes", "Sor Nanita" y "La Fea". En eso, se oye el crujido de la puerta de madera, y ahí estaba: intempestivamente entrando a nuestras vidas...
Perfectamente trajeado, joven él, de unos 30 años. El cabello perfectamente cortado y peinado, rasurada de comercial de barbería. Alto... muy alto y delgado. Dejó el maletín en el escritorio y enseguida empezó a colgar la tabla de elementos en el pizarrón. La clase y su contenido son una neblina. No recuerdo nada más que a él. ¿Hablaba? No lo sé.
La clase de química se volvió mi favorita y he de presumir que me volví especialmente buena en eso de los balances, de los metaloides, cosas obviamente que no caben en mi memoria ya. EL Maestro Buendía se volvió en la afición y centro de las fantasías de todo el salón. Su porte, su cabello, sus ojos tristones pero expresivos. "Pero mira qué perfil se carga el profe Buendía", "¡Ah! Cuando nos casemos, le vamos a poner Pedro Antonio y Sebastián Alonso a nuestros hijos"... cosas así se escuchaban en el salón de segundo de secundaria.
Mucho tiempo planee exponerle las razones de mi admiración y proponerle que nos escapáramos juntos. Planée por mucho tiempo la mejor manera de exponerle mis sentimientos. Seria en una carta o en un poema. "No, no. Soy re bruta para los poemas, tendrá que ser en una carta... No. Carta no, qué impersonal. Mejor le robo un beso, sí, sí... O mejor me meto a escondidas en su cuarto..."
Decidí pedir consejo a la persona que más experiencia y mejor calificada en el tema estaba: Mi tía.
domingo, septiembre 03, 2006
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2 comentarios:
Ay sobrina... no puedo esperar para leer la segunda parte !!
yo tampoco, ya cuenta cuenta
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